Deporte, psicología, confianza y fe: Una reflexión más allá de la religión
- Natalia Dancuart
- 6 may
- 7 Min. de lectura

¿En qué creemos? ¿En qué confiamos? ¿Qué significa realmente cuando decimos que tenemos fe?¿Dónde empieza la fe y dónde empieza la confianza? ¿Es tan clara la línea que las separa, o a veces se desdibujan, se entrelazan, se confunden sin que nos demos cuenta?
Más de una vez escuché la frase: "yo no creo en la psicología”. Antes, mi respuesta solía ser rápida: "no es cuestión de creer o no creer, no es religión, es ciencia”.En esa época veía la ciencia y la religión como dos mundos separados: la ciencia basada en la evidencia, la religión sostenida en la fe. Era un límite que me parecía claro, necesario, casi incuestionable.
Con el tiempo, y sobre todo trabajando cerca de deportistas y equipos, entendí que la vida real no respeta siempre esas divisiones tan tajantes.Es cierto que la ciencia necesita pruebas, que se apoya en datos concretos y verificables. También es cierto que la religión, lo espiritual y lo simbólico muchas veces se sostienen en la creencia más allá de lo que puede demostrarse.Pero en el fútbol, como en otros deportes y espacios humanos, esas fronteras se cruzan, se tocan, se entrelazan. A veces de manera explícita, a veces de manera silenciosa.
Pero en el deporte como en otros deportes y espacios humanos, esas fronteras se cruzan, se tocan, se entrelazan. A veces de manera explícita, a veces de manera silenciosa.
No es raro que en los clubes, antes o después de un partido importante, los jugadores visiten una iglesia, que un sacerdote bendiga la cancha, que se rece una oración grupal en el vestuario.No todo lo que da fuerza se puede medir.No todo lo que importa es tangible.No todo en el fútbol es físico, táctico o psicológico. Siempre hay algo más.
Cuando veo estas escenas, no me separo de la realidad cultural en nombre de una teoría, ni reduzco todo a una lectura estrictamente científica. Todo lo contrario: entiendo que en el fútbol, como en la vida, las fronteras entre ciencia, fe, espiritualidad y cultura se cruzan naturalmente.Mi trabajo no es negar esa convivencia, ni tratar de forzarla en un solo molde.Mi trabajo es comprenderla.Es reconocer que en el fútbol —y en el corazón humano— existen gestos, creencias y símbolos que cumplen funciones vitales, aunque no siempre puedan ser explicados desde los marcos tradicionales.
Y ahí entra la fe.
Desde una mirada estrictamente psicológica, podríamos decir que la fe cumple funciones claras. La psicología cultural sostiene que los rituales y creencias simbólicas actúan como estructuras emocionales que ayudan a organizar la experiencia en contextos de incertidumbre.Pero si redujéramos la fe solamente a un recurso psicológico, nos quedaríamos cortos.
La fe como recurso psicológico... y algo más
En el deporte, y en particular en el fútbol, la fe cumple funciones psicológicas profundas que impactan directamente en el rendimiento y en la salud emocional de los jugadores.Puede ayudar a reducir la ansiedad frente a la incertidumbre, a dar estructura emocional cuando el entorno se vuelve caótico, a reforzar el sentido de propósito cuando los resultados inmediatos no acompañan.¿Acaso no es también la fe la que sostiene la motivación en momentos de duda, y facilita la resiliencia después de los errores o las caídas?
Invisible, silenciosa, la fe actúa como una arquitectura interna que permite seguir caminando cuando el terreno se vuelve inestable.No es solo un recurso. Si la redujéramos a un simple mecanismo de gestión emocional, no podríamos comprender su verdadera fuerza.Porque hay algo en la fe que desborda lo psicológico. Algo que toca la dimensión invisible de la vida. Algo que sostiene incluso cuando no hay evidencias inmediatas de que valga la pena seguir.
Cuando un jugador se persigna antes de entrar a la cancha, cuando mira al cielo después de un gol, no está realizando un ejercicio consciente de regulación emocional. Está afirmando, de manera silenciosa pero profunda, que cree.Cree aunque no controle.Cree aunque no tenga garantías.Cree porque necesita creer para seguir.
La fe puede ser religiosa, espiritual o simbólica.Puede estar puesta en Dios, en el equipo, en el trabajo, en el propio proceso.Lo importante es que exista ese ancla interna que permita sostenerse cuando las certezas externas se desvanecen.
La relación entre fe y confianza
La fe y la confianza están profundamente relacionadas, aunque no son exactamente lo mismo. La confianza se apoya en lo conocido: entrené, me preparé, sé que puedo.La fe aparece cuando el conocimiento no es suficiente: cuando los hechos no garantizan nada, pero igual elijo apostar.
Desde la teoría de la agencia personal de Albert Bandura, entendemos que la capacidad de actuar en entornos inciertos no depende solamente de pruebas objetivas, sino también de la creencia simbólica de que nuestras acciones pueden influir en el curso de los acontecimientos.¿No es acaso en esos momentos donde se ve la verdadera dimensión de la fe?
Podríamos decir que la confianza necesita pruebas, mientras que la fe puede sostenerse incluso en su ausencia.En el alto rendimiento, un futbolista necesita ambas: confianza para actuar y fe para seguir creyendo en su camino incluso cuando los resultados tambalean.
La fe sostiene a la confianza en los momentos en que la evidencia visible no alcanza.
El papel de la religión en el cultivo de la fe y la confianza
La religión, cuando es vivida de manera auténtica, puede ser un terreno fértil para el cultivo de la fe y de la confianza.
Ofrece relatos de sentido que permiten integrar las experiencias dolorosas dentro de una historia mayor.Da pertenencia a través de la comunidad, recordando que el jugador no está solo en su lucha.Ofrece rituales que funcionan como anclajes emocionales en momentos críticos.Facilita espacios de reparación interior después de las caídas.
En el fútbol, la religión a veces se expresa en visitas a santuarios, en bendiciones antes de partidos importantes, en oraciones compartidas.No importa tanto el formato.Lo que importa es que exista un espacio simbólico donde la fe pueda crecer y sostenerse.
Desde la psicología humanista, Viktor Frankl recordaba que el sentido no se hereda: se construye, se renueva.De la misma manera, la fe necesita ser vivida y re-significada para seguir siendo una fuente genuina de fortaleza.
No todos viven la religión de la misma manera.Algunos la sienten como parte esencial de su identidad.Otros la toman de manera más simbólica.Otros encuentran su fe en otros lugares.Lo esencial es que exista una fuerza interior capaz de sostener la entrega aun en la incertidumbre.
Cuando el gesto se vuelve costumbre
No siempre los gestos de fe en el fútbol nacen de un acto plenamente consciente.A veces persignarse antes de salir a la cancha, besar una medalla o mirar al cielo después de un gol se transforma en parte de una rutina repetida casi sin pensarlo, como un movimiento que se ejecuta en automático, más por hábito que por verdadera conexión interna. Ya no como un acto vivido con presencia, sino como una pieza más del ritual precompetitivo.
¿Está mal que eso suceda? No necesariamente. La rutina también ordena, organiza, da estructura emocional en momentos de presión.Pero sería valioso que, cada tanto, podamos detenernos a preguntarnos: ¿por qué lo hago? ¿En qué creo realmente? ¿Qué sentido tiene para mí este gesto que repito?
La psicología de los rituales, como señala Whitehouse, advierte que los símbolos pierden fuerza emocional cuando se repiten de manera automática, sin ser habitados conscientemente.Hay épocas en las que el movimiento automático le gana a la autenticidad, donde el cuerpo ejecuta pero el corazón no acompaña.
La fe, como todo lo vivo, necesita ser renovada. Necesita ser re-habitada para seguir siendo un lugar de sostén y no apenas un reflejo mecánico. No se trata de juzgarse, sino de recordar que los actos que hacemos para sostenernos también necesitan, cada tanto, ser sostenidos desde dentro.
Futbol: Creer para jugar, jugar para creer
El fútbol, como la vida, no promete victorias. Promete caminos. Y para caminar caminos inciertos, hace falta algo más que técnica, táctica o fuerza física. Hace falta fe.
Fe en uno mismo, en los compañeros, en el proceso silencioso que a veces no tiene aplausos inmediatos. Fe en que, aunque no haya garantías, vale la pena entregarse igual. No es un acto mágico ni ingenuo: es una decisión interna de sostenerse en movimiento, aun cuando el desenlace no sea claro.
Cuando un jugador se persigna antes de salir al campo, cuando mira al cielo después de un gol, cuando canta abrazado a sus compañeros tras una derrota, no está realizando un gesto vacío. Está reafirmando su apuesta: está diciendo que sigue creyendo. Que aunque no tenga todas las respuestas, aunque no vea todo el camino, aunque no pueda controlar todo el resultado, todavía vale la pena jugarlo todo.
Esa fe, esa capacidad de confiar aun cuando no hay garantías visibles, es quizá uno de los actos más humanos, más valientes y más hermosos que el deporte puede regalarnos.
Confianza y fe: dos fuerzas que no compiten, se necesitan
A lo largo del camino, tanto en el fútbol como en la vida, nos encontramos preguntándonos cuál es la fuerza que realmente sostiene: ¿la confianza en lo que sabemos hacer, o la fe en lo que aún no podemos ver?
La confianza se construye sobre las pruebas. Se apoya en el trabajo realizado, en las capacidades entrenadas, en la experiencia acumulada. Nos da seguridad para actuar, para ejecutar, para salir a la cancha sabiendo que llevamos algo sólido dentro.
La fe, en cambio, empieza justo donde la confianza puede flaquear. Aparece cuando el resultado no depende solo de nosotros, cuando el esfuerzo no garantiza nada, cuando la vida —o el partido— se vuelve imprevisible. La fe es la fuerza que sostiene cuando la lógica no alcanza.
Desde la psicología, entendemos que no son fuerzas opuestas. No se excluyen. No compiten. Se necesitan.
La confianza nos impulsa a actuar. La fe nos da razones para seguir, incluso cuando las certezas se vuelven difusas.
En el deporte y en la vida, necesitamos confiar para jugar. Pero necesitamos fe para no dejar de hacerlo cuando todo se vuelve incierto.
A quienes llegaron hasta el final de este artículo, quizá puedan darse cuenta de que me extendí un poco más de lo habitual, y aun así, sin dudas, nos quedamos cortos. Mi intención nunca es abarcar completamente un tema, sino despertar más preguntas, y muy ambiciosamente te digo que espero, aunque sea, ampliar alguna que otra mirada.
Este es un tema que sin dudas merece una parte dos.Confío en que tendré el tiempo de hacerlo, y tengo fe en que cuando lo haga, también yo habré crecido un poco más en el camino.
Le dedico este artículo a quienes siguen creyendo aunque no haya certezas, a quienes, en cada partido y en cada día, deciden apostar por la fe más allá del resultado.A quienes sostienen la confianza incluso cuando el escenario parece adverso, y a quienes se entregan con el corazón abierto, sabiendo que el valor de jugar no depende únicamente del desenlace.
Porque creer, como jugar, también es un acto de valentía.
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