El trabajo invisible del psicólogo del deporte: más allá de los resultados:
- Natalia Dancuart
- 21 abr
- 3 Min. de lectura

—¿Y vos qué hacés exactamente como psicóloga del deporte?
La pregunta es honesta (casi siempre). Y frecuente. Muy frecuente! Es difícil de responder en una sola frase, porque nuestro trabajo no siempre se ve. No aparece en las fotos, ni en la estadística de rendimiento, ni en la transmisión del partido. No se mide en goles, ni en tiempos, ni en repeticiones. Pero está ahí. Jugando su propio partido.
A veces nos ven observando desde un rincón. A veces ni siquiera se dan cuenta de que estamos ahí.Y eso está bien. Hay algo valioso en ese anonimato activo, ese estar sin invadir, que genera la confianza necesaria para que alguien se acerque. Sin miedo. Sin juicio. Solo con la certeza de que vamos a estar cuando haga falta.
Lo concreto existe, claro. Evaluamos. Hacemos entrevistas. Diseñamos planes. Damos talleres. Preparamos sesiones. Intervenimos. Entrenamos habilidades psicológicas. Coordinamos con entrenadores y familias. Todo eso forma parte del día a día. Y también nos apoyamos en datos, observaciones, gráficos, videos, planillas, datos numéricos puros y duros que bajo determinadas miradas nos hablan bien claro.
También trabajamos con lo que no entra en una tabla de rendimiento, pero sí en la vida de cada deportista: cómo se preparan para competir, cómo se recuperan de una lesión, cómo transitan una derrota o una medalla inesperada. Intervenimos cuando alguien no logra dormir antes de un torneo, cuando la presión lo paraliza, cuando los pensamientos se vuelven enemigos internos. Acompañamos procesos largos: el paso de la adolescencia a la elite, el miedo a fallar, la construcción del rol dentro del equipo, el equilibrio entre la vida deportiva y personal. A veces con chicos que recién empiezan, sus padres y entrenadores. A veces con atletas de alto rendimiento. Y muchas veces con los que entrenan en el medio, lejos de los focos, pero con la misma carga emocional sobre los hombros.
Pero el corazón de nuestro trabajo muchas veces está en otro lugar. Uno más sutil. Más profundo.Uno que podríamos llamar: una red invisible.
Una red tejida con sutiles gestos. Con escucha. Con preguntas. Con presencias. Con espacios de descarga que no salen en los informes. Una red que no siempre se puede mostrar, pero que se siente. Que sostiene, amortigua. Que permite quizás que el dolor no duela tanto y que la presión no aplaste.
Una vez, un preparador físico muy atento y preparado me dijo—Lo tuyo es difícil de medir, a veces solo se ve el resultado y no tu trabajo.
Tenía razón. Y, sin embargo, hay momentos en los que lo que hicimos se nota. No porque alguien lo diga, sino por lo que podemos ver que se hace, debajo de una acción hay una variable psicológica trabajando, se puede ver una decisión que se toma con más claridad, que se compite con menos miedo, que un entrenador, una madre o un padre puede comunicar mejor. Una atleta vuelve a confiar en ella. Un equipo se abraza después de perder.
¿Eso se puede medir? No siempre.¿Eso tiene valor? tiene todo el valor.
En el mundo deportivo se piden resultados inmediatos, muchas veces se premia lo que brilla y se castiga lo que falla, nosotros nos ocupamos de lo que pasa por dentro. De lo humano. De lo que no se ve, pero define, y ahí estamos nosotros, tejiendo redes invisibles, sin reflectores. Pero jugando, siempre, en la parte invisible del juego.

"Ahí estamos nosotros, tejiendo redes invisibles, sin reflectores. Pero jugando, siempre, en la parte invisible del juego"
Pero esa red no se puede tejer sola, por más herramientas, conocimiento y presencia que tengamos, la red solo se vuelve real cuando hay alguien del otro lado dispuesto a formar parte. Sin voluntad, sin compromiso, por más que estemos dispuestos, muy poco podemos hacer.
Y quizá esa sea la parte más frágil —y también la más honesta— de nuestro trabajo: no depende solo de nosotros, sin el otro no hay tejido.
Porque esto no es magia. Y está bien que no lo sea. Nuestro trabajo tiene potencial, pero también un límite que empieza en la participación activa de quien se encuentra del otro lado.
Somos los primeros que tenemos que sostener expectativas reales, que sabemos que no todo se puede, no todo depende de nosotros, y que los procesos llevan tiempo.
Porque el trabajo psicológico no impone, propone. No transforma por sí solo, acompaña.
Y en ese límite ético y humano está también su mayor verdad: sin el otro, no hay red.
Pero cuando sucede, cuando se da el encuentro, cuando ese otro u otros confían, participan, cuando el tejido es mutuo… entonces sí: esa red invisible puede sostener más de lo que se ve.
Espero haber respondido, esa pregunta inicial.
Comentários