Lo que no deberíamos perder: el valor del deporte amateur
- Natalia Dancuart
- 13 may
- 5 Min. de lectura

Tenía 16 años cuando lo ficharon. Venía de torneo de barrio, de escuelitas donde se entrenaba dos veces por semana y se quedaban pateando hasta que se hacía de noche. Llegó al club grande con los ojos brillando. El primer mes entrenó como si estuviera soñando. Después vinieron los primeros partidos, las convocatorias, los gritos desde la línea, los errores que no se perdonan. Empezó a correr distinto. Ya no pedía la pelota con la misma libertad. Ya no jugaba por jugar. Jugaba para no fallar.
Esa escena —aunque acá tiene nombre y camiseta— se repite una y otra vez en distintos deportes. No es exclusiva del fútbol. Le pasa a nadadores, a tenistas, a corredores, a jugadoras de golf. En todos los deportes donde alguien deja de ser "solo amateur" y pasa a competir de forma más estructurada, esa transición deja marcas.
A veces, incluso, lo "amateur" se menciona como minimizando, como si fuera menos.
Como si decir "solo soy amateur" nos ubicara por fuera de la seriedad, del compromiso, del deporte de verdad. Pero, ¿y si lo amateur fuera justo lo que no debería perderse?
Cuando una persona empieza a hacer deporte, hay algo que lo mueve que no tiene que ver con contratos ni rankings. Es el deseo. El disfrute. Las ganas de estar ahí. De pertenecer. Y eso no es poco: es una base emocional poderosa que sostiene. Desde la psicología del deporte, lo vemos con claridad. En esa etapa más libre —más lúdica, más espontánea— aparecen fortalezas como la motivación interna, la autonomía, la identidad no condicionada por el rendimiento, el vínculo genuino con el equipo. Recursos psicológicos que muchas veces se apagan cuando todo se vuelve sistema, control y expectativa.
En el profesionalismo, muchas veces el foco se corre. Lo que era deseo se vuelve presión. Podemos notarlo en el discurso mismo “tengo que tener un gol” “tengo que ganar”, ¿donde quedó el quiero? el discurso de la persona nos muestras como el deseo va quedando en un segundo plano por sobre la sensación de deber. Lo que era juego, se empieza a vivir como obligación. Y no porque uno lo elija, sino porque el mismo sistema lo empuja. Aparece la urgencia de rendir, el miedo al error, la mirada externa como juez. Y, en medio de todo eso, el disfrute empieza a desaparecer.
Pero no tiene por qué ser así. No se trata de idealizar el amateurismo como si fuera un paraíso perdido. Los que estuvimos ahi sabemos las dificultades que conlleva. Se trata de recuperar —o de no perder— eso que tenía fuerza emocional real. Y de cultivar eso mismo en el deporte profesional, porque no solo es posible: yo creo que en el mundo en que vivimos hoy.. es necesario.
Recuperar la motivación genuina, hacerle espacio al disfrute, sostener la autonomía, construir vínculos de verdad, no castigar el error como si fuera una amenaza, acompañar a los deportistas a que su valía no dependa de su último resultado. No se trata de volver atrás, sino de no olvidar para qué empezamos. De no dejar que el deseo se apague.
¿Estoy diciendo que debemos reciclar la motivación? No. Sé que los motivos se renuevan, y que con el profesionalismo vienen otras responsabilidades y desafíos. Pero no por eso hay que resignar del todo lo que alguna vez te sostuvo. No se trata de volver al mismo lugar, sino de llevar con uno algo de ese fuego. De aprender a moverse dentro de un sistema que exige sin dejar que ese sistema lo consuma todo.
Hay jugadores que lo logran. Andrés Iniesta es uno de ellos. Nunca dejó de hablar del juego como refugio, del valor del equipo por encima de lo individual. Incluso en los años más exigentes, decía: "el fútbol sigue siendo juego, incluso cuando se vuelve trabajo". Y quizás por eso, lo suyo fue tan completo.
Otro ejemplo para mi es, Lionel Scaloni, considero que él y su cuerpo técnico encarnan ese espíritu. No llegó con grandes títulos ni frases marketineras, pero recuperó algo esencial: la humanidad en el deporte profesional. En una entrevista dijo: "Saber jugar al fútbol es importante, pero ser buena gente lo es igual o más... Siempre vi el fútbol como algo que uno debe disfrutar, pero también vivir con responsabilidad... Lo fundamental es que todos se comprometan, que todos entiendan eso." Su forma de liderar, sin estridencias pero con convicción, muestra que sí se puede competir al más alto nivel sin dejar de ser alguien que juega, que siente y que cuida.
Volver al amateurismo —aunque sea simbólicamente— no es retroceder. No es volver a las canchas de tierra. Es volver a los valores que nos formaron. Al deseo, al placer, a la entrega sin cálculos. Volver no como nostalgia, sino como acto de cuidado. Porque el cuerpo puede rendir, sí, pero si no hay deseo, si no hay sentido, si no hay algo que nos sostenga por dentro… ¿cuánto tiempo se puede aguantar?
¿Es idealista pensar en vivir los valores del amateurismo en el deporte de alto rendimiento actual?
Sí, un poco sí. Porque el deporte profesional hoy está atravesado por estructuras rígidas, agendas extenuantes, exposición constante, presión por resultados y por sobre todo mercados que no esperan. En ese mundo, lo emocional no siempre tiene lugar. Hay poco margen para dudar, para fallar, para parar. Los contratos pesan, los cuerpos se negocian, los entrenamientos se vuelven casi mecánicos. Y lo que alguna vez fue deseo, se transforma fácilmente en deber. En ese contexto, hablar de disfrute, juego, autonomía o vínculo hasta parece ingenuo.
Pero también, no. No es idealista si entendemos que esos valores no son un lujo, yo diría que como esta el mundo del alto rendimiento, son una necesidad. Lo emocional no es un adorno, sino parte del rendimiento. Entender que sostener la motivación, el sentido, la conexión con uno mismo y con el equipo es inteligencia deportiva. Y que si no se entrenan esos aspectos, el costo pordía ser alto: frustración crónica, lesiones evitables, salidas anticipadas, identidades fragmentadas. Los valores del amateurismo no compiten con la profesionalización. La completan. La humanizan. La hacen sostenible.
Y si hablamos de recuperar el espíritu amateur, no podemos pensar solo en el alto rendimiento. También tenemos que mirar hacia el comienzo: el deporte escolar. Porque ahí es donde todo empieza. Ahí es donde se va definiendo si el deporte va a ser un espacio de disfrute o de presión , de pertenencia o de exclusión, de exploración o de exigencia precoz. Si sembramos desde temprano la idea de que solo valen los que ganan, que el error es vergonzoso o malo, que el cuerpo debe rendir antes que expresarse… estamos desarmando por dentro a quienes recién están empezando a armarse.
Fomentar el espíritu amateur en las escuelas no es solo enseñar a jugar, es enseñar a estar, a confiar y a disfrutar, a equivocarse sin miedo, a pertenecer sin tener que sobresalir. A veces eso se traduce en cosas muy simples: que todos jueguen, no solo los que destacan. Que el error no se castigue, sino que se use como oportunidad para aprender (en casa también). Que se nombre el esfuerzo, el compañerismo, la actitud, más allá del resultado, que se cree un espacio para esto!
Y en el deporte profesional, ese espíritu también puede cultivarse. No creo que sea algo que se debe dejar atrás: se transforma. Se puede generar espacio para que los jugadores recuerden por qué empezaron, para que vuelvan a nombrar lo que les gusta del juego, no solo lo que les exigen. Se puede trabajar la autonomía, involucrarlos en decisiones cotidianas, construir un ambiente donde no todo sea mandato. Porque incluso en lo más alto, el deseo sigue siendo necesario. Y el juego, también.
¿Podemos enseñar a no dejar atrás lo amateur? ¿Y aprender a llevarlo con uno en el camino?Yo creo que si, por que el profesionalismo nos pide llegar lejos, pero el amateurismo nos recuerda por qué vale la pena hacerlo.
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