Cuando el rival es un número: Cómo el ELO puede mover más piezas en tu cabeza que en el tablero
- Natalia Dancuart
- 11 ago
- 4 Min. de lectura

Hay partidas que empiezan mucho antes de que empiece la competencia. A veces, empieza en la hoja de emparejamientos, cuando los ojos se clavan en ese número junto al nombre del rival. No es una edad, ni una mesa, ni un código. Es el ELO. Y para algunos, todo lo demás pasa a un segundo plano. Un rival invisible.
A estos jugadores los llamaré, con cariño, eloistas. Son fáciles de reconocer: se acercan al panel como quien mira el horóscopo, y apenas ven el elo , ya saben si la jornada pinta para épica o para tragedia griega. Antes de preguntarse si juegan con blancas o negras, ya están calculando cuánto sumarán si ganan o cuánto perderán si se equivocan.
El eloista juega dos partidas a la vez: una contra la persona que tiene enfrente y otra contra un puntaje que parece medirlo todo. Apenas ve ese número, se activa un circuito automático: pienso – siento – actúo. Pienso: “Tiene más elo que yo” o “tiene menos elo que yo”. Entonces siento: respeto excesivo, miedo, confianza sobrada o la presión de no fallar. Actúo: ajusto mi juego para proteger o arriesgar puntos… aunque la posición diga otra cosa.
Y acá aparece una paradoja que muchos reconocen pero pocos dicen: a veces jugar contra un rival “difícil”, con más ELO, termina siendo más sencillo que enfrentar a uno “fácil”, con menos ELO. Con el difícil, el permiso para fallar está dado: si pierdo, no pasa nada, y si gano, es un gran logro. En cambio, con el fácil aparece el pensamiento: “No me puede ganar, le tengo que ganar”. Y esa presión autoimpuesta hace que, en la práctica, el rival más complicado no sea el de enfrente… sino el que inventamos en nuestra cabeza.
En ese instante ya se están moviendo muchas más piezas de las que hay en el tablero. Se enciende la ansiedad: la mente empieza a pensar en lo que podría pasar antes de que pase, y el cuerpo responde. Aumenta la tensión muscular, el corazón late más rápido, y la atención se dispersa entre lo que está frente a los ojos y lo que se imagina en la cabeza.
El problema es que, cuando todo se filtra por el ELO, aparece el sesgo de resultado: el rendimiento se evalúa solo en puntos ganados o perdidos. Si el número sube, fue un buen torneo; si baja, fue un desastre, aunque se hayan jugado partidas de gran calidad. Esto alimenta una orientación al ego —medirse contra otros— por encima de una orientación a la tarea —medirse contra uno mismo—, haciendo que el progreso dependa más de la comparación que del aprendizaje real.
No me mal entiendan, no demonizo ni descrito el elo, es real y válido: mide consistencia, ayuda a ordenar torneos, da metas concretas. Pero también puede mentir. No siempre refleja el nivel de un jugador, no capta mejoras rápidas, no distingue estilos que sorprenden. Juzgar a un rival solo por su ELO es como leer un título sin abrir el libro: hay demasiadas páginas que no están ahí.
La calidad real del ajedrez está hecha de cosas que el ELO no necesariamente mide: reconocer patrones en segundos, adaptarse cuando el plan inicial se derrumba, manejar la presión y volver después de un error, estudiar y aprender de las partidas pasadas, leer al rival más allá de sus jugadas. Eso no aparece en la tabla de puntuaciones, pero pesa, y mucho.
Y no solo hay jugadores eloistas. También hay padres eloistas. Padres que, antes de la partida y después de cada partida de sus hijos, hablan primero del número y no del juego. Que celebran un +10 y fruncen el ceño con un -8, como si lo más importante fuera la aritmética y no la experiencia. Padres que, sin darse cuenta, enseñan que el valor está en el ELO y no en la calidad del juego ni en el proceso de aprendizaje. No sean padres eloistas ni resultadistas: porque más allá del tablero, les están enseñando a sus hijos qué significa ganar y perder, y esas lecciones duran mucho más que cualquier ranking.
La mayoría de los jóvenes pasa por esta etapa eloista. Una vez que empiezan a sumar puntos, empiezan también a sumar cuentas mentales: cuánto puedo subir si gano, cuánto perdería si fallo, cómo quedaría en la tabla. La partida deja de ser solo un juego y se convierte en un cálculo constante. Comparan con sus compañeros, con los rivales del club, con el chico que juega en otra ciudad pero está en la misma categoría. El ELO empieza a marcar no solo su posición en el ranking, sino también su estado de ánimo.

Es entonces cuando aparece la autoconfianza condicionada: la sensación de ser invencible después de una victoria y, al mismo tiempo, la fragilidad absoluta tras una derrota. El número sube y sonríen; baja y todo parece tambalear. Como si el ELO no fuera una estadística, sino una radiografía de su valor como jugador.
Recordemos que a competir se aprende y con el tiempo, y a veces, a base de golpes duros, los eloistas descubren que vivir así no es sostenible, que una racha de malas partidas no significa que se haya olvidado cómo jugar, y que una buena actuación no garantiza un futuro sin tropiezos. Que el ELO, por muy útil que sea, no es un predictor infalible del rendimiento ni del potencial. Es una brújula: puede orientarte, pero no puede jugar por vos.
Ese es el momento en el que empiezan a entender que el tablero que importa no es el invisible de los puntos, sino el que tienen delante. Donde las piezas reales se mueven, donde las decisiones valen por lo que representan y no por los puntos que suman o restan. Donde el progreso se mide en jugadas correctas bajo presión, en aprender de los errores, en la capacidad de remontar, y no solo en la cifra que aparece junto a su nombre en una lista.
Querido eloista (jugador o padre), el ELO va a subir y va a bajar. Eso es inevitable. Lo que no quiero que baje es la confianza en vos mismo, la forma en la que jugás, el enfoque, y quiero que recuerdes que lo que aprendés de cada partida y el respeto que tenés por el tablero es tuyo suba o baje tu elo. Porque un número puede cambiar en una tarde, pero la confianza, la actitud y la manera en que enfrentás el juego… eso se construye jugada a jugada. Y no hay ranking que pueda quitártelo.
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