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La ciencia detrás del Km 30: El muro invisible del maratón


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Cuando conozco a alguien , ya sea en consulta o en un ambiente mas distendido un comentario que aparece es “mi deporte es super mental” ¿qué significa eso? o mejor dicho ¿qué quieren decir con eso? este comentario o escucho más de personas que hacen deportes individuales que los que hacen un deporte en equipo, quizá lo que quieren decir es que están solos con sus pensamientos, o que estan solos en la pista o cancha. No se otras personas que pensaran pero no creo que haya un deporte “más mental” que otro, quizá lo que podamos ver es que hay deportes mas complejos que otros, entendiendo la complejidad como la relación entre el tiempo que tienen para tomar decisiones y la cantidad de decisiones que tomar. Recordemos que la misma estructura del deporte nos muestra las demandas psicológicas del mismo.


Ese igual no es un debate al cual quisiera entrar en este momento, pero esta introducción la menciono porque no hay maratonista  (y otras personas de otros deportes de resistencia) que no me hayan hecho ese comentario, quiza la solitud, la resistencia al cansancio y al dolor sean los indicadores que tienen para su opinion.


En algo coincido con ellos: nunca son solo 42 kilómetros.

Cada persona llega con sus historias, sus entrenamientos que arrancaron de madrugada, fondos bajo el sol, lesiones que incomodan, a veces dudas que carcomen y siempre esa ilusión que nunca alcanza con explicarla. La distancia es conocida, el recorrido también, pero creo que lo que más se corre no está en el asfalto: está adentro de la cabeza.

Antes de la largada, empieza en la semana previa la carrera en la cabeza, cuando la ansiedad se entromete en la almohada y en la mesa, cuando aparecen preguntas que nadie dice en voz alta: “¿estoy listo?” o “¿habrá alcanzado lo que hice?” “que pasa si..?”… Y después, cuando el reloj ya corre, no se trata solo de piernas. La ciencia lo respalda: lo que sentimos como “esfuerzo” no es un espejo exacto de lo físico, sino una construcción del cerebro. A veces son las piernas las que dicen basta, otras veces es la mente la que decide que ya no se puede.


El kilómetro 30 tiene un nombre propio: el muro. Y aunque no sea de hormigón, se siente igual. Es ese instante donde la mente pide explicaciones y el cuerpo, en modo supervivencia, apenas negocia. Y entonces surgen las preguntas clásicas, las que se repiten en corredores de todo el mundo: “¿Por qué me hago esto?” “¿Quién me manda a correr bajo este calor?” “¿No estaría mejor durmiendo en mi cama?”. No es debilidad. Es humanidad. Y es ahí donde empieza el maratón de verdad.

El muro, es casi un mantra dentro del ambiente, porque sintetiza la idea de que hasta ahí es “correr”, y a partir de ese punto es sostenerse mentalmente.


La investigación muestra que no todos atraviesan el muro de la misma manera. Quienes se desconectan por completo de lo que sienten lo golpean de frente, sin aviso. Los que logran un equilibrio entre escuchar al cuerpo y distraerse con lo externo —el aliento del público, una canción, un recuerdo— encuentran más recursos para sostenerse. Las emociones juegan fuerte: enojo, miedo, orgullo, euforia. Y lo curioso es que todo depende de cómo las interpretes. El mismo muro puede ser amenaza o desafío. Y esa valoración cambia la química del cuerpo y las chances de seguir.

Ahí adentro también se activan las funciones ejecutivas del cerebro: frenar la tentación de detenerse, planificar el siguiente tramo, sostener la atención en lo inmediato. Recursos invisibles, pero decisivos.


Las estrategias que más se repiten son simples, aunque no por eso fáciles. Repetirse una frase, dividir mentalmente la distancia en tramos cortos, dedicar un kilómetro a alguien especial, hidratarse en el momento justo, reencuadrar el pensamiento: “no faltan 12, solo hasta la próxima esquina”. Y hay otra herramienta que se entrena antes: la visualización.

En buena visualización se lee activa en el cerebro circuitos similares a los de la experiencia real. No evita el muro, pero lo hace menos extraño, menos amenazante.

El ritmo también cuenta su propia historia. Estudios con miles de corredores muestran que quienes guardan energía en la primera mitad y aprietan en la segunda (lo que llaman negative split) tienen menos probabilidades de estrellarse. No es solo por lo físico: saber que queda algo guardado cambia la moral, da una sensación de control que sostiene.


La motivación completa la escena. Cuando correr se hace desde adentro —por disfrute, por desafío personal, por sentido— la resiliencia crece. Y si encima hay una mentalidad de crecimiento, el muro se transforma en laboratorio: no es un límite, es la posibilidad de descubrir qué había más allá de lo que creías posible.


Quizás lo que convierte a alguien en maratonista no sea la medalla ni la foto en la meta. Es ese instante invisible en el que descubrís que todavía quedaba algo más dentro tuyo. Y la próxima vez que te cruces con el muro, tal vez no te preguntes “¿por qué hago esto?” sino “qué voy a encontrar de mí en estos últimos kilómetros”.

 
 
 

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