Los 3 Pilares de una Motivación Sana
- Natalia Dancuart
- 12 abr
- 4 Min. de lectura
(Y por qué no tiene nada que ver con “ponerle ganas”)

Si tengo tu atención, tengo lo que tarda en leerse este artículo para demostrarte que la motivación no es lo que creés.No es fuerza de voluntad. No es pensar en positivo. No es repetir frases en el espejo.La motivación, cuando es real, no grita. No empuja. No vende promesas imposibles. Se construye.Y la ciencia —sí, la ciencia— tiene algo que decir al respecto.
Porque si cada vez que alguien pierde el rumbo le decimos “te falta voluntad”, no solo no ayudamos: además, repetimos un mito. La motivación no se activa por presión, culpa o miedo. Y mucho menos por un reel de 30 segundos con música épica.
La Teoría de la Autodeterminación (Deci & Ryan, 2000) lo explica hace más de dos décadas. Para que una persona se sostenga en lo que hace, no alcanza con ganas. Hace falta un suelo firme. Y ese suelo se construye con tres pilares: sentir que lo que hacés lo elegís, que lo que hacés sirve, y que lo que hacés tiene lugar en un vínculo real.
Autonomía. Competencia. Relación. Sin eso, lo demás es maquillaje.
Porque cuando te sentís arrastrado por lo que otros esperan, la motivación se resiente. Si no hay margen para decidir, si no podés darle tu propia forma a lo que hacés, llega la resistencia. Una cosa es el esfuerzo; otra muy distinta es el sacrificio ciego. Cuando hay autonomía, no hace falta que alguien te empuje: vos querés moverte.
Claro que elegir no basta si sentís que no podés. La sensación de capacidad es otro de esos factores invisibles pero fundamentales. Y no hablo de creerte mejor que nadie, ni de alcanzar metas perfectas. Hablo de notar que progresás. Que lo que hacés te transforma, aunque sea un poco. Sin esa sensación de avance, la motivación se desgasta. Se transforma en rutina, en frustración, en “¿para qué?”
Y como no somos máquinas (acordate de eso siempre), también necesitamos sentir que importamos!!. Que no estamos solos en eso que intentamos sostener. A veces, lo que nos mantiene en movimiento no es el objetivo, sino el vínculo que lo sostiene. Las personas que nos rodean, nos animan, nos escuchan. No se trata de depender de otros para funcionar, sino de saber que tenemos con quién compartir el camino.
Un ejemplo claro es lo que le pasa a muchos deportistas de alto rendimiento.Entrena todos los días, cumple todo, gana… pero llega un punto en el que se quiebra. ¿Por qué? Porque hace tiempo dejó de elegir. Entrena por presión, por miedo a defraudar, porque siente que no puede parar. En la teoría se llama motivación controlada; en la práctica se siente como un trabajo sin alma. Y ahí aparecen por ejemplo las lesiones por sobreentrenamiento, el agotamiento mental, la pérdida de disfrute. No es que no tenga motivación. Es que su motivación dejó de ser sana.
Del otro lado, está el atleta amateur que corre, nada, juega, entrena porque ama hacerlo. Pero un día se obsesiona con “mejorar tiempos”, “ganarle a otros”, “llegar al próximo nivel”, y sin darse cuenta empieza a alejarse del disfrute original. Ya no lo hace por elección, sino por validación externa. ¿Resultado? Empieza a exigirse más de lo que su cuerpo o su contexto permiten. Y cuando no alcanza lo esperado, se siente un fraude.
En ambos casos —uno profesional, otro aficionado— lo que se rompe no es la fuerza de voluntad.Se rompen los pilares.Y sin autonomía, sin sentirte capaz, sin conexión real con lo que hacés… la motivación se vuelve una jaula.
Pero también pasa al revés.Hay jugadores que después de una lesión redescubren lo que les gusta de su deporte. Que vuelven a entrenar sin obsesionarse. Que recuperan su autonomía porque dejaron de hacerlo “para demostrar”.Y entonces, entrenar ya no es castigo, sino reencuentro.
¿y si no tenés motivación?Tal vez estés forzándote a encajar en una forma que no es tuya. Tal vez estés en un entorno que no respeta ninguno de estos pilares, tal vez lo que necesitás no es más fuerza de voluntad, sino cambiar la forma en que te estás tratando —o en que te están tratando.
Por eso, antes de exigirte “poner más ganas”, hacete otras preguntas:
¿Estoy eligiendo esto, o lo hago por presión?¿Siento que avanzo o que corro en círculos?¿Tengo con quién compartir lo que me pasa?
Esas preguntas no quedan bien en un póster. Pero son mucho más reales que el típico cartel de “todo es posible si lo soñás fuerte”. Porque no es lo que soñás lo que te mueve: es cómo lo sostenés.

Y ya que hablamos de carteles…Basta de imágenes trilladas. De ese gato que se ve como león en el espejo. De frases huecas sobre la foto de alguien en la cima de una montaña.
Que tu motivación no dependa de un gato que se cree león.Merecés algo más real que un cartel: un sentido, un proceso… y un poco de ciencia.
Y si querés algo más concreto, algo que no sea humo ni frases hechas, te dejo esto:
La Teoría de la Autodeterminación (Deci & Ryan, 2000) nos dice que la motivación humana no nace del castigo ni del premio, sino de la satisfacción de tres necesidades psicológicas básicas:
Autonomía: sentir que lo que hacés es una elección tuya.
Competencia: sentir que podés, que tus esfuerzos valen la pena.
Relación: sentir que pertenecés, que sos parte de algo y que importás.
Cuando estas necesidades están satisfechas, la motivación fluye. Cuando están frustradas, aparecen la apatía, el agotamiento o la exigencia sin sentido.
Me gusta esta teoría, la uso para analizar diversas situación y para armar estrategias, es una teoría validada en cientos de estudios, aplicada en el deporte, la educación, la salud, el trabajo. Y lo mejor: no vende soluciones mágicas.Te invito a mirar más profundo, a revisar tus motivos, tu contexto, tu historia.
Motivarte no es exigirte más. Es entender qué necesitás para volver a elegirte.
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